Puedo sentir como todo es como es, que por todas partes todos piensan, les observo y me doy cuenta que nada a cambiado desde hace mucho tiempo. Las personas maduran, algunas de una manera y otras de otra, pero sigue siendo igual.
Yo soy el primero, el que siempre se ha considerado un duro, pero es débil de corazón, independiente pero necesitado de tantas cosas que un corazón necesita, que a veces se me olvidan. Como siempre miro el humo nadar sobre la atmósfera de mi habitación, sigo su recorrido hasta que se esparce, extendiéndose entre el oxígeno y demás moléculas que se suponen que están ahí, pero no vemos. Sigo intentando explicar cada detalle, hasta lo más ínfimo, utilizando palabras jodidamente repelentes con un toque sarcástico que al final sólo yo entiendo. Tengo mil cosas pendientes de hacer, decir, vivir, sentir, llorar y reír, entre otros tantos sentimientos. A veces se me olvida quien soy, y suele ser lo de siempre, la Luna. Es Ella quien me recuerda por qué estoy aquí, por qué luchar y por qué seguir donde sigo.
Hay cosas destinadas a no cambiar y hay otras que deben cambiar para seguir su destino.
Recordar quien fuiste es recordar quien eres, no dejarte escapar de ti mismo. Estoy un tanto cansado de un mundo que se miente a si mismo y, más aún, de un mundo que se sincera ante sí mismo y no hace absolutamente nada para cumplir lo que se autoconfiesa.
Vivimos en una contradicción continua, donde hacemos lo que sea por mantener contento a miles, cientos o una persona y nunca entramos nosotros entre ellas, cuando se supone que lo que vivimos es nuestra vida, y la vivimos para complacer a los demás, debería ser que nuestra propia escalada hacia la felicidad hiciera sentirse bien a miles, cientos o una persona.
Al final nada cambia y todo sigue igual, todos tienen demasiado miedo, y yo el primero. Sólo deseo no convertirme en aquel muchacho de aquella historia que escapaba de todo lo bueno que se le ofrecía por miedo, ese que, alguna vez dijeron, probablemente con certeza, que era yo.